El otro día después de andar a pie repartiendo invitaciones a nuestros vecinos para nuestro concierto navideño, volvimos a casa en un mototaxi, que es como un taxi pequeño con tres llantas en vez de cuatro y esta abierto al aire libre. En el asiento de atrás estuvimos todos pegados – Jason estaba chineado en mi regazo, y Brayan, su hermanastro, y Diana apenas cupieron a las orillas.
El camino hacia nuestra casa es extremadamente rocosa, así que allí íbamos agarrados al pequeño mototaxi y brincando por todo el camino, pasando por una calle bien poblada en nuestro vecindario. Tengo la costumbre de saludar a todos, así que yo iba saludando y sonriendo a cada persona que pasamos en la estrecha calle.
Los chicos empezaron a burlarse de mi de buena gana, diciendo que siempre saludo a todo el mundo, aunque ni siquiera conozco a muchas de las personas que saludo. Yo también empecé a reírme, sin dejar de saludar a este señor y aquella niñita, explicándoles a los que estuvieron en el mototaxi conmigo que saludar a desconocidos es una orden bastante clara que Jesucristo nos dio:
Si ustedes aman solo a los que los aman, que de extraordinario tiene eso? Aun la gente mala puede hacerlo! Y si solo saludan a sus hermanos, que hacen de mas? Aun los paganos hacen eso! Mateo 5:46-47
Habíamos discutido este pasaje de la biblia varias veces antes, hasta que aun nuestro hijos habían formado el habito de saludar a personas desconocidas de vez en cuando, pero esta vez Dios me mostró cuan profunda es la significancia de este mandamiento en una manera completamente nueva.
Viendo a Brayan, el joven que vivió con nosotros ocho meses y que sigue siendo como un hijo, le dije, “Fíjate, yo te salude por primera vez hace casi un ano, y ninguno de los dos supimos en ese momento hasta donde Dios llevara nuestra relación contigo.” Una sonrisa enorme apareció en su cara y en mi corazón. “Pero, mira, te salude. Sin ese saludo nunca nos hubiéramos conocido. Todo empieza con un saludo.”
Con eso los comentarios y burlas pararon y todos caímos en un silencio alegre, pensando en la gran sabiduría de Dios y su Palabra perfecta, yo dándole gracias por haber traído a Brayan a nuestras vidas por medio de un saludo tan sencillos meses antes.