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[Originalmente escrito el 29 de Enero del 2014 en ingles y ahora traducido en español]

Esta es la historia real de unos soldados en entrenamiento para la armada de paz de Dios.

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Nuestros dos hijos menores, Gleny, de nueve años, y Jason, de seis años, y de vez en cuando los gestos y molestos apodos comienzan, alguien lanza un golpe , y luego comienza el llanto , las acusaciones y el ceño fruncido.

En estos tres meses desde que los niños comenzaron a vivir con nosotros, a menudo tenemos – casi obsesivamente – conversaciones sobre la paz. Hablamos una y otra vez, cara a cara con cada niño , sobre el Príncipe de Paz y Su deseo de que ellos puedan crecer y convertirse en hombres y mujeres de compasión, paz y amor. Leemos versos de la biblia sobre la paz; nosotros mismos tratamos de que la perfecta paz de Cristo impregne nuestras vidas como ejemplos para ellos, y se habla con frecuencia de alternativas a la violencia – el uso de nuestras palabras para expresar nuestras emocione , dejando una situación en caso de que estemos enojados, o por supuesto, ponernos el gran par de guantes rojos de Everlast y dirigiéndonos directamente al saco de boxeo en el porche hasta agotar nuestra energía negativa en la bolsa y no en la cabeza de nuestro hermano o hermana.

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Su comportamiento, problemas de relación y habilidades de comunicación han mejorado drásticamente en estas últimas semanas, pero el otro día yo estaba en la recamara de Darwin y mía organizando algunos papeles cuando escuché un golpe seguido de un grito agudo que venia del cuarto de al lado.

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Inmediatamente entré en la escena con la mentalidad de un detective, Jason estaba sentado en el piso con lágrimas de cocodrilo en sus ojos cuando vi que se había pegado un golpe en el librero de nuestra sala. Volteé hacia Gleny, pensando que solo había sido un accidente y que ella sería mi testigo- que él estaba saltando en el sofá y luego se cayó y pegó en el librero, o algo similar a eso- pero luego de preguntarle que sinceramente me respondiera lo que había pasado, la mirada en sus ojos traicionaba que ella en verdad había sido la causante del incidente. Inquisitivamente le pregunté con voz aguda, “Gleny, le hiciste esto a Jason? Ella rápidamente admitió lo que había hecho, y yo la elogié mucho por haber dicho la verdad y luego tuve una larga conversación con ambos de ellos acerca de todos los temas que mencioné anteriormente acerca de la paz, el respeto, usar nuestras palabras en vez de nuestros puños para expresarnos, etc.

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Un par de días luego ocurrió un episodio similar, y tomé la escena con un entendimiento general de que lo que había pasado era intencional. En vez de preguntarles quien comenzó la pelea o intentar castigarlos, les pregunté exageradamente, casi en broma, con los ojos bien abiertos y viendo alrededor de la habitación, haciendo gestos con mis largos brazos, “Y adonde están los guantes de boxeo?” Ambos rápidamente olvidaron la pelea que se tenían y con mucha energía corrieron hasta la última repisa del librero en nuestra sala y me trajeron los guantes, pensando que era yo la que necesitaba los guantes y que estaban siendo de mucha ayuda al ir a traérmelos. Cuando empezaban a correr para traerme los guantes los interrumpí y les dije dramáticamente, “Uh-huh? Y por qué están allá y no en sus puños pegándole a la bolsa?” Ambos pararon a medio camino y empezaron a ver el suelo, recordando las veces en que Darwin y yo les mostrábamos como ponerse los guantes, pegarle a la bolsa, la razón por la cual tenemos una bolsa, etc. Además, discutí con ellos la importancia de ser personas de paz.

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Algunos días después hubo otro momento similar a estos, así que consulté a Darwin para ver cuál sería una consecuencia (disciplina) adecuada para nuestros pacificadores en entrenamiento. El inmediatamente respondió, “Ejercicio.”

“Excelente,” dije, y me dirigí hacia la sala para declarar el veredicto de Papá. “Váyanse al porche. Los dos. Ahora.” Ellos rápidamente se fueron a nuestro gran porche, descalzos y en su ropa de jugar. “En posición de pechadas.” Sin tardarse ellos pusieron sus cuerpos delgados en la posición requerida, de lado a lado. “Vamos a hacer treinta, diez a la vez con descansos de diez segundos en medio de cada uno. Cada vez que yo cuente harán una pechada y gritarán –y en verdad gritarán– “VOY A VIVIR EN PAZ!” Voltearon a verme, podía ver en sus ojos las ganas que tenían de complacerme, con sus brazos un poco temblorosos de tenerlos en posición de pechada durante mis discurso inicial: “Si sus rodillas tocan el suelo entonces empezaremos de nuevo. Uno!”

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Y las dos voces al unísono declararon, “Voy a vivir en paz!”

“No. Sé que pueden gritar más fuerte. Uno!”

Esta vez más fuerte, ellos gritaron, “Voy a vivir en paz!”

“Bien! Jason-dobla tus codos un poquito más. La excelencia es nuestra meta. Dos!”

“Voy a vivir en paz!”

Al estar parada en frente de ellos, sus gritos por paz resonaban en las montañas atrás de nuestra propiedad, y sin duda también en los hogares de nuestros vecinos más cercanos. Empecé a reírme, pensando que Nuestros vecinos probablemente están pensando que tenemos alguna especie de campamento militar para hacedores de paz.

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Ellos completaron las treinta pechadas requeridas, y pudimos mantener la paz por el resto del día.

Un par de días después, los tres hermanos jugaban en el porche de nuestra casa. Escuchamos un par de gritos, y luego nuestra hija mayor dijo, “Pónganse en posición de pechada ustedes dos.” Hubieron unos cuantos sonidos y escuchamos la voz gangosa de Jason proclamando hasta el tope de sus pulmones para que toda nuestra aldea lo escuchara, “Quiero vivir en paz!” Darwin y yo nos quedamos viendo, y con alegría en nuestros corazones, nos reímos sin que los niños lo notaran.

Amen! Gloria a Dios!